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CRÍTICA LITERARIA: EL EXTRANJERO DE CAMUS: CAN YOU HEAR ME, MAJOR TOM?

Es muy probablemente que haya muerto ejecutado. Seguramente camino al cadalso fue víctima de los gritos de odio de los espectadores… No importa. ¿Hay algo que le importe a Meursault? oficinista argelino, que una vez que se enteró que su madre había muerto en el asilo donde vivía olvidada, la fue a dejar al cementerio sin derramar ninguna lágrima, pues, nuestro héroe, carecía de la menor empatía hacia todo lo humano. “Planet Earth is blue, and there’s nothing I can do” decía el Mayor Tom en su comunicación con la tierra antes de perderse en el espacio.

La primera vez que me acerqué al “Extranjero” de Albert Camus, en el segundo piso de la librería Cervantes, en el centro de Rancagua, creí estar frente a un testimonio de un inmigrante, alguien que, lejos de su lugar de origen, se veía empujado al destierro, a instalarse en un país extraño, ajeno, hostil, como son todos los países menos México. Pero nada de eso. Mis prejuicios siempre me ganan la batalla hasta que la experiencia me dice otra cosa. En fin, a veces el positivismo se impone, por mucho que el cogito cartesiano desconfíe de lo que pueden experimentar nuestros sentidos.

El problema, o la virtud, que a estas alturas de la masacre humana viene siendo la epojé, es decir, la capacidad que tienen algunos privilegiados de poner en paréntesis los sentidos para experimentar los fenómenos del mundo tal como se aparecen, era de lo que padecía o gozaba el señor Meursault, tal como el Mayor Tom que presenta Bowie en su Space Oddity, quien, con la distancia a la que estaba del punto azul pálido que es nuestro planeta desde el espacio, en la suspensión infinita del universo, a la deriva y sin anclaje, no tenía nada que hacer más que contemplar, mientras esperaba su muerte, fundiéndose paulatinamente con la totalidad del cosmos.

Meursault no ama. Solo comparte la coincidencia espacio/temporal producto de un par de casualidades que conforman la existencia humana con María, con quien se divierte yendo al cine a ver películas cómicas, a veces.

Mientras veía la vida pasar, Meursault, luego de un paseo por la playa, tras compartir una comida con María y Raymond, su amigo boxeador quien lo había invitado a pasar un domingo de relajo en la costa, mata a un hombre. Así como se lee. A “sangre de pato” como diría la Eloísa, a quien su Dios (que no es el mío) seguramente la tiene en su santo reino. Luego de una pelea con unos árabes que conocen en la playa, en la cual Raymond resulta herido, pistola en mano, Meursault, solo en la arena y bajo un sol inclemente, asesina a uno de ellos.

Luego de este hecho el destino de Meursault, protagonista de la novela, cambiará rotundamente. Mas no su vida. Él guarda una sana distancia, recomendable a ratos, con su vida, y la de los otros, por supuesto. A partir de aquello seguirá un largo periplo de once meses, exquisitos de leer, pero su conciencia permanecerá imperturbable. Ajeno al mundo, extranjero de sí mismo.

Pequeño Tirano

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